sábado, 9 de junio de 2012

EL JUEGO EFÍMERO DE LA VIDA.

La vida pasa, o eso al menos interpretan nuestros sentidos, y uno almacena diferentes momentos que su memoria selecciona, como si de un juego de azar se tratase. Momentos, que aunque uno quiera borrar, nunca podrá eliminar. Y mientras, el ser humano, que es un ser social, habita en sus sociedades interactuando como si unos y otros no tuviéramos relación. Nada más lejos de la realidad.

Un individuo a lo largo de su vida almacena en su memoria momentos selectivos. O mejor dicho, nuestro subconsciente se encarga de hacerlo, en principio, se piensa que para protegernos, aunque esto no termina de estar del todo claro, puesto que seguro que muchos de los lectores coincidirán en que situaciones como las siguientes suelen ser inolvidables: el primer amor, el primer desamor, tu llegada al colegio, la primera muerte de un familiar, tu nota del último examen de la carrera, tu primera explotación laboral, tu primera encuentro sexual, tu primer viaje, la primera vez que ves el mar, etc. Y no todos estos recuerdos son buenos ni positivos, sin embargo ahí están. Es lo que diferencia a la memoria humana de la del resto de animales, la nuestra no tiene por qué ser necesaria. Es decir, por ejemplo, un perro aprenderá una rutina que le lleve a obtener alimento. Es decir, ha memorizado que debe dar la pata a su amo porque este le premiará con una galleta. Pero el ser humano es especial hasta en eso. Por ello el cerebro humano es el gran misterio del universo, y resulta curioso que sea nuestro propio cerebro el que quiera desgranarlo, ¿será eso posible? Como dirían los del extinto grupo Fábula (en su canción Vendrá), al fin y al cabo el futuro, flotando ingrávido está.
Y el caso es que esa memoria tan impresionante, capaz de lo mejor y de lo peor, esa memoria de la que depende nuestra mente (fíjense lo que causa la degeneración de esta capacidad humana, en casos como el alzheimer), se va agotando como el brillo del sol en una tarde de verano. Decían sabios del pasado como Descartes, que nuestra mente, la cual nos da la capacidad de razonar (si es que realmente razonamos) es el verdadero alma humano. Y la cuestión es la de siempre, cuando morimos, ¿qué sucede con esa majestuosa memoria RAM? ¿Qué sucede con el mayor disco duro que conocemos hasta la fecha? ¿Somos los seres humanos igual de caducos que cualquier computadora fabricada por nuestra especie? Los límites de la realidad son débiles, probablemente no sepamos ni la mitad de lo que nos rodea, o lo que es más preocupante, ni siquiera sepamos la mitad de lo que somos, pero quizá sí podamos asegurar que el gran misterio de la vida, ése que nos lleva a preguntarnos a dónde vamos, esa idea transcendental, nos acompañará por siempre en nuestro destino o devenir.
Así distribuyen los expertos las etapas de la memoria.
Con lo cual, aunque lo ignoremos, o mejor dicho, queramos ignorarlo, cada uno de nosotros pertenece en el fondo a los demás, pues simplemente cuando interactuamos entre nosotros estamos llenando la memoria del otro, es decir, penetrando en su ser, en su esencia, en su mente. Y aunque no sepamos qué es esa mente, sí intuimos que la poseemos por algún motivo, el principal para recordarnos que un ser humano sin el resto no es nada.


"El hombre cuando es sólo lo que parece ser el hombre, no es casi nada".
Antonio Porchia.


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